Esta semana ha sido muy musical. Primero, Lola y yo fuimos a ver Bohemian Rhapsody, el biopic de Queen, centrado en la vida de Mercury, y especialmente desde la época en que se unió a Taylor, Deacon y May para formar Queen, y que concluye con el concierto Live Aid, recordado por siempre como el triunfo de Mercury y la humillación de sus contemporáneos (que nunca olvidarán quién se llevó en aquella ocasión el gato al agua, pues estaba compitiendo contra absolutamente todas las estrellas de la música de aquel tiempo).
Como fan de Queen desde 1977, que soy, me gustó la propuesta de la película, centrada en la música y sólo dejando pinceladas del drama personal de Freddie (desde su orientación sexual hasta su muerte por Sida).
Por si fuera poco homenaje musical, el sábado estuvimos en el concierto de Muse en San Mamés, y no cabe duda de que Muse es, de todas las bandas actuales, la que recoge de forma más evidente ese legado heterodoxo y épico de Queen, tendente a la ampulosidad en los espectáculos en directo y variado en las propuestas musicales.
Mi amor por la música de Queen fue desde el inicio un amor a primer oído. Afortunadamente no había leído, antes de conocer su música, ningún texto de esa cosa de dudosa calificación que viene a denominarse “crítica musical”.
Recuerdo perfectamente que a finales del curso de 1977 me encontraba estudiando exámenes en el Colegio Mayor en el que me alojaba en Valladolid, cuando desde la ventana de una casa cercana escuché algo que me pareció tan fascinante como difícil de clasificar. Así que me asomé a la ventana a preguntar qué era aquello que estaban poniendo. Se trataba de “death on two legs” el tema que abre la primera cara de ese disco extraordinario llamado “Una noche en la ópera”.
La vecina, bastante enrollada, me dijo que me prestaba el vinilo (entonces no había ni mp3, ni internet, ni otra cosa que no fueran los vinilos y sus copias en casete). Acepté la oferta y ni que decir tiene que la primera escucha de aquel disco fue una experiencia absolutamente emocionante (sólo comparable a la primera escucha del Sargento Peppers de los Beatles, que pude experimentar siendo un niño cuando uno de mis hermanos apareció en casa con aquella joya).
Una noche en la ópera es una obra apabullante, extremadamente variada y divertida, y, sobre todo, absolutamente innovadora en su momento. Cuando al final del vinilo aparece la famosa canción que da título a la película: “Bohemian Rhapsody”, directamente no te crees lo qué estás escuchando, pues es de todo punto algo fantástico.
Desde ese día me volví seguidor fiel de Queen y no abandoné ese placer hasta que publicaron ese horror de disco titulado “Hot Space”, que podría tener el título de peor disco de Queen de toda su carrera.
Tardé años en recuperarme del shock de aquel disco impropio de semejante banda y en volver a escuchar sus trabajos posteriores, que, tras ese paréntesis horrible, volvieron a recuperar parte de la magia de los primeros años, como comprobé tiempo después. Mi ruptura con Queen fue un divorcio que duró más de una década, posiblemente ellos tenían más capacidad de buscar cosas nuevas (aún asumiendo graves riesgos), que yo de admitirlas.
Como fan de Queen con «pedigrí» (por aquello de ser de los primeros, y mucho antes de que Freddie se convirtiera en leyenda) ya por aquel entonces no daba crédito a lo que se leía sobre la banda en los magazines musicales de la época.
Siempre he considerado a la mayor parte de la crítica musical como una serie de incompetentes de gusto dudoso y, lo que es peor, con nulo conocimiento musical, pero con el atrevimiento suficiente como para intentar dictar cátedra. Pero con Queen traspasaron todas las barreras de la ignorancia y la soberbia.
Queen fue siempre un grupo maltratado por la crítica, siguiendo en ese sentido los pasos de Led Zeppelin, a los que la crítica de su época masacró sin piedad, aunque asistiendo con impotencia a su enorme éxito de público y ventas, lo que le hizo ser aún más crueles e injustos con el grupo de Page y Plant.
Lo bueno del arte es que el tiempo pone las cosas en su sitio, y hoy pocos o casi nadie recuerda a muchos de los grupos encumbrados por el gafapastismo gacetillero musical, mientras que aquellos a los que destrozaba sistemáticamente, no sólo han resistido el paso del tiempo, sino que son hoy los principales referentes populares de la música de una época.
Cuando Queen ofreció en España (¡y no pude ir, no pude ir, no pude ir…!) el concierto de la gira Live Killers (justo después de la publicación de su álbum “Jazz”), el título de la crónica en la principal revista musical española fue: “Queen, el vómito”, y lo que se narraba era tan absolutamente demencial que nunca pude olvidarlo: desde calificar a May como un guitarrista poco competente (¡eso sólo lo puede decir alguien que jamás ha cogido una guitarra entre sus manos!), hasta mencionar a Mercury como un cantante mediocre, tirando a malo (de hecho, le calificaban como un Jagger de segunda división).
¿Dónde estaba el problema?. Pues donde siempre se encuentra, y es en el hecho de que la crítica periodística ha llevado siempre muy mal que algo triunfase en contra de sus dictados o sus gustos. Cuanto más criticaban a Queen, más discos vendían; un caso muy similar al que había vivido led Zepelin años antes.
Por eso me ha encantado leer el siguiente artículo de “El Español” en el que se recogen un par de críticas antiguas sobre Queen, que, leídas a día de hoy, producen bastante risa y que espero avergüencen sobremanera a sus autores, si es que aún se encuentran entre nosotros.
¡”Fascistas y repetitivos” según el crítico de El País! ¿Se puede ser más ridículo?. Si algo nunca ha sido el sello de Queen es el de ser repetitivos. Pocos músicos han ofrecido un repertorio más heterodoxo, donde se dan cita más estilos musicales diferentes, y dónde cada disco buscaba una evolución, un cambio, no exento de riesgos; (que se lo digan a Fito, que lleva haciendo veinte años la misma canción, bien por falta de inspiración o bien por terror a apartarse de la fórmula del éxito).
Queen, patinando en más de una ocasión, fueron cualquier cosa menos repetitivos.
Pero aún más gracioso es lo de “fascistas”. ¿De dónde sale tal calificativo?, pues parece ser que de la afición de Freddie, en aquella época, por vestirse con estética motera, bigotillo, pantalón y chupa de cuero con gorra militar: Es decir, estética gay de los círculos de “ambiente” de Alemania y EEUU en aquella época. Como vemos, calificativo nacido de la ignorancia total. No, Mercury no se vestía de motero fascista, sino de gay.
De paso, el crítico no duda en asegurar que Queen considera a las mujeres como objetos (supongo que por el poster que acompañaba a su disco “Jazz”, en el que se fotografía una perfomance en Wembley, con un montón de chicas desnudas en bicicleta, como promo de su canción “Bicycle race”. Calificar de “machistas” a Queen es absolutamente ridículo, máxime cuando Mercury demostró con su legado material hasta qué punto lo más importante de su vida, aún siendo gay, fueron las mujeres: Mary Austin, su novia y amiga de por vida, su madre, su hermana, y en lo artístico, la propia Montserrat Caballé).
También tiene su gracia el pasaje que califica a Mercury como alguien que no canta ni bien, ni mal, pero que lleva un mago como técnico de sonido. No se atreve a decir que canta mal (demasiado obvio que no es así), pero tampoco quiere decir que lo hace bien, quien hoy en día es aclamado como uno de los mejores vocalistas de la música contemporánea. ¿Se puede ser más parcial y más ignorante? Incluso lo denomina “conejo chirriante”, por sus dientes prominentes. Todo muy profesional, como se ve.
Recapacitemos. En aquellos años no existía el Autotune, ni ningún otro software o dispositivo capaz de afinar a un cantante que no sabe cantar (por ejemplo, Enrique Iglesias). En los años setenta un técnico de sonido podía entregar una buena mezcla de lo que sonaba en el escenario, pero no existían los “milagros” tecnológicos. Se escuchaba lo que había, y Mercury tenía voz, técnica y talento para dar y regalar, como el tiempo ha dejado bien claro.
También tiene su cosa leer que un virtuoso como Brian May (posiblemente uno de los cinco guitarristas más personales, con mejor técnica y mayor musicalidad de la historia del Rock) era un imitador de Hendrix o de Townshend.
El crítico que escribió esto demostró varias cosas: la primera es que no ha cogido una guitarra en su vida, la segunda es que desconoce la técnica y el estilo de Hendrix o de Townshend, la tercera es que no entiende que la forma de tocar de Hendrix y Townshend poco tienen que ver entre sí, y su parecido con el estilo de May es…básicamente ninguno.
Hoy en día pocos aficionados a la música dejarán de reconocer que la obra de Queen, que trasciende la calidad individual de sus miembros, es, posiblemente después de los Beatles, el mayor legado musical del siglo XX dentro de la música rock.
Al igual que los Beatles, ocurre que su obra trascendió la calidad musical de sus propios miembros, porque en ambos casos la magia nace de la suma de talentos, de las aportaciones y la propia motivación y competencia artística entre sus miembros.
Me encanta en lo personal, releer esas viejas críticas y poder decir, ya, sin lugar a duda, que Queen ha pasado a la historia como uno de los fenómenos más grandes de la reciente historia musical, y que sus críticos, cuyos textos ya no pueden ser borrados, lo han hecho como los majaderos que en su día emitieron opiniones que hoy recordamos entre carcajadas.